1 de octubre de 2010

La pérdida del olfato puede ser una señal de Alzheimer

Florencia O'Keffe / La Capital (Rosario)

¿Se puede afirmar que cuando alguien pierde el olfato está perdiendo también la memoria? El olfato está vinculado con el sistema nervioso central, y por lo tanto, cuando se detecta alguna alteración en la percepción de los olores es necesario acudir a la consulta médica para descartar potenciales enfermedades neurológicas como el Alzheimer.


"La pérdida del olfato es anterior al deterioro cognitivo. La buena noticia es que se puede diagnosticar en forma precoz", relata Matilde Otero-Losada, del Laboratorio de Investigaciones Sensoriales del Hospital de Clínicas de la UBA e investigadora del Conicet. Con un simple test que se consigue en el país pero que no se fabrica en la Argentina y por lo tanto no está disponible en forma masiva, es posible diagnosticar problemas olfatorios. Si se confirma una alteración del olfato es necesario profundizar los estudios que permitan advertir en forma precoz el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas o motoras como el Parkinson.


Fue un equipo de investigadores de la Universidad de Columbia quienes determinaron, a fines del 2004, que las personas con principio de Alzheimer tenían dificultades para oler con normalidad. "Esto no significa que todos aquellos que no huelen bien tienen o van a tener el Alzheimer pero sí es cierto que la gran mayoría de los enfermos tienen trastornos del olfato", certifica Otero-Losada.

Aunque el test es una práctica preventiva de uso frecuente en países del primer mundo, lamentablemente en la Argentina no está lo suficientemente difundida. La científica cree que es necesario impulsar la industrialización del test en el país dada su utilidad. "En realidad la tecnología que el test requiere está disponible, sólo hace falta que alguien se interese y apueste económicamente", explica la investigadora, la única que por el momento realiza este tipo de estudio en todo el territorio.

En Estados Unidos, por ejemplo, el test se realiza a partir de los 40 ó 45 años y en grupos de personas con antecedentes familiares u otros factores de riesgo. La especialista apunta, por un lado, a la importancia de contar con este estudio en el país, y por otro, llama la atención sobre la poca trascendencia que se le da al sentido del olfato, incluso desde el punto de vista médico. "Se dice mucho sobre aquel que perdió la vista o el oído pero nunca sobre alguien a quien le falta un sentido tan importante como el olfato. Hoy sabemos que esa pérdida puede ser un llamado de atención, un disparador de enfermedades como el Alzheimer".


En qué consiste el test
El estudio para determinar problemas en el olfato es muy simple y no invasivo. Se trata de un blister con una tecnología de microencapsulamiento en fase sólida, como las muestras de perfumes que vienen en las revistas. Se expone a la persona a una batería de estímulos específicos, a diferentes concentraciones de diversos olores, y a partir de las reacciones del paciente el médico puede identificar qué significa su respuesta y qué nervio puede estar alterado. "El margen de error puede ser variable pero nunca tanto como para confundir entre una persona que huele y otra que no", agrega Otero-Losada.

Si se confirma la sospecha del problema en el olfato, el médico tiene que descartar, primero, una alteración primaria como pueden ser pólipos, rinitis u otras, pero si la vía que lleva los olores es normal, entonces es necesario profundizar el chequeo. Muchas veces, y por el mismo peso cultural de restarle importancia al olfato, la primera consulta se demora demasiado.

Pérdida del apetito, escaso registro de los olores corporales u ambientales (que en general son claramente percibidos por otros) pueden estar marcando que hay un problema. La falta de interés por la comida es también uno de esos aspectos. "En general no comemos por apetito sino por otros estímulos y entre ellos, el más importante es el olfato. Entonces, aquel que no huele bien es posible que empiece a perder las ganas de comer", agrega Otero-Losada.

La especialista aclara que existe un proceso natural que es el del envejecimiento que conlleva trastornos en ese sentido. Por eso, a partir de los 75 u 80 años no es raro que aparezcan estos trastornos sin que, necesariamente, estén asociados a una enfermedad compleja.

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