7 de junio de 2011

El envejecimiento... ¿Un estado de ánimo?

La profesora Ellen Langer, de la Universidad estadounidense de Harvard, desde hace algún tiempo sostenía la tesis de que mucho de lo relacionado con la desaceleración del cuerpo humano, al paso de los años, se debía razones subjetivas.



Algo así como pensar: A partir de tal edad debo comenzar a actuar de otra manera y cambiar mis hábitos. O: Ya no tengo edad para esos trotes.

Desde 1979 Langer empezó a desarrollar experimentos para comprobar y obtener evidencias de cómo el envejecimiento es resultado de nuestro estado de ánimo. Creía que si logran eliminar barreras mentales y vencer retos concretos mirados con temor en la vejez da a las personas la oportunidad de recuperar algunas condiciones físicas y la salud en general, muchas veces perdida tempranamente incluso.



Hizo un primer experimento entonces, en el cual estudió a personas a las cuales situó en condiciones de vida similares a las de 1959. Aunque no se mencionan los resultados, vio cosas que la animaron a seguir investigando.

Luego, volvió a repetir la experiencia, con similar objetivo. En este caso quería recrear el mundo que determinadas celebridades vivieron 35 años atrás.

Durante una semana los llevó a residir en una suerte de cápsula del tiempo; una vivienda campestre decorada al estilo de los años 70, años en que esas personas obtuvieron grandes éxitos personales. Durante ese tiempo vistieron a la moda de los 70, vieron televisión de esa época, hablaban como si 1975 fuera el presente. Estaban solos, sin ayuda de nadie.

Esto es una fantasía, no es serio, pensará usted. 



Tal vez lo hubiera sido si la ciencia no hubiera escudriñado y tomado nota de todas las actuaciones y la evolución de los participantes. Las investigaciones demostraron con claridad que tales ancianos, al poder ejercer el control de sus propias vidas y decisiones, recibieron un impacto muy beneficioso en la salud y se dotaron de un sentimiento de bienestar.

El comienzo fue muy difícil, pues los ancianos no se sentían con fuerzas o ánimo de lidiar con aquellos retos. Y a los especialistas les resultó muy penoso vencer la tentación de ayudarlos. Para la vida cotidiana tuvieron que cumplir determinadas tareas, y sortear con habilidad y cierto esfuerzo desafíos y algunos obstáculos, como subir escaleras, cargar bultos, tropezar con alfombras felpudas.

Los resultados fueron duraderos, pues incluso al cabo de 18 meses estaban significativamente mucho más alegre, activos y alerta. Y eso que el experimento no siempre les hizo la vida fácil.

El no autoimponerse límites abre muchas posibilidades, argumentan las personas del equipo de Langer, no importa la edad que se tenga. Entre los voluntarios había personas con secuelas de enfermedades cerebrovasculares. Aunque los resultados fueron todos buenos, de manera general, hubo varias que recuperaron capacidades que tenían incluso 20 años atrás.

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