Los cambios en la conformación de la sociedad actual nos enfrentan a nuevos desafíos.
El espectacular crecimiento en el promedio de vida (que esperamos disfrutar todos) nos ofrece una situación donde un número creciente de ancianos sobrevive por encima de las edades consideradas normales en otras épocas y, junto con el placer de su presencia, nos plantea el problema de diferentes molestias y enfermedades propias de su edad, algunas de las cuales suelen ser altamente invalidantes, crónicas y, con frecuencia, fatales.
Es una situación que solemos asumir con resignación, como parte del costo de vivir en familia y así, hijos y hermanos suelen verse obligados a atender (sacrificando valiosa parte de su vida) enfermos crónicos que el afecto nos impide abandonar, y que exigen atención, muchísimo tiempo, gran entereza moral y suelen provocar un ruinoso costo financiero (por los gastos directos o por el tiempo que no podemos ocupar en obtener nuestro propio beneficio personal) y severas crisis familiares.
Situaciones que, en algunas ocasiones, podemos paliar mediante la contratación de servicio doméstico, enfermeras o ayudantes vocacionales para todas las oportunidades en que nos resulta imposible la atención directa (a nosotros o los familiares a cargo). Y, por supuesto, en todos los casos mantenemos esta realidad en el mas estricto SECRETO FAMILIAR.
NADIE debe saber que mamá, papá o la tía está “un poco perdida” y necesita atención intensiva.
Ni que nuestra esposa está sacrificando su vida atendiendo a la suegra bajo el manto de la “unidad familiar”. Ni que la abuela debe vivir en la piecita del fondo porque ya no está en condiciones de mantener su vida independiente, o que la viuda del “doctor” debe resignarse a mantenerse en la planta baja de su hermosa residencia, porque no está en condiciones físicas de llegar hasta el dormitorio “grande” ni el “baño principal” en el primer piso. (Y entonces duerme en la oficina del finado, se baña en la ducha del bañito junto a la cocina, y debe resignarse a las empleadas domésticas que la maltratan para las compras, limpieza y comidas – sin protestar, porque “¿dónde voy a conseguir otra “muchacha” que me merezca confianza?")
Y así, en una mal comprendida imagen de “tranquilidad familiar”, evitamos mencionar estos aspectos en nuestras conversaciones diarias, IMITANDO A TODOS NUESTROS AMIGOS QUE HACEN EXACTAMENTE LO MISMO.
Porque, por supuesto … si no lo mencionamos, NO EXISTE.
La misma actitud de ocultamiento y negación que nuestra sociedad vivió durante mucho tiempo con el cáncer. (Nadie podía hablar del tema. Si se veían obligados, con cara de circunstancias, decían: “el tío Lucas tiene algo malo”, resaltando la palabra y con un gesto en la cara que expresaba claramente: “Ya sabes de lo que estoy hablando, por favor… ¡No preguntes!”.
Y que luego reapareció con el sida. ¿Recuerdan?. Cuando alguien recordaba a nuestro primo, un poco “raro”, y preguntaba por él, la respuesta solía ser: “Está bastante enfermo, pobre… Pero él se lo buscó. Ahora lo está pagando.”
Negativa.
Victimización y discriminación.
Con la vejez y las demencias seniles, aparecen la Vergüenza y la Culpa.
Entonces, y para todos los propósitos: NO HAY CASOS DE Alzheimer.
Simplemente: “la abuela está un poco “ida”. Se “olvida las cosas” y "hay que cuidarla para que no salga desnuda a la calle.”
Por supuesto, se negará a muerte la opción de llevarla a un geriátrico o institución especializada, o simplemente hacer una consulta profesional. “¿Para qué?. Si sólo se “pierde” por un rato, y luego vuelve a la normalidad” Además... ¡Cómo vamos a hacerle esto, con todo lo que le debemos!
Y así, familia tras familia, encerrados en la ridiculez de su propia concepción de la “normalidad y decencia”, se niegan reconocer un problema, y a solucionarlo.
Y como TODOS hacen lo mismo, cada uno asume que el suyo es una simple cuestión familiar, y no un tema de la mayor importancia que requiere de acciones concertadas y globales de toda la sociedad.
Nuestra sociedad.
Esa que “no abandona a los ancianos”.
Donde nadie habla, o comparte, ese problema.
(Y donde todos se sienten traidores si deciden internar a un pobre viejo enfermo en una institución especializada.)
La misma sociedad que se encamina rápidamente a un problema mayúsculo en la medida que el tiempo transcurra, la proporción de ancianos aumente, las posibilidades de atención familiar se reduzcan, y los instrumentos sanitarios se muestren insuficientes.
Todavía estamos a tiempo.
Pero necesitamos reaccionar.
Hablar del tema.
Proponer.
Y comenzar a trabajar en los problemas cuando aún hay tiempo y oportunidades para solucionarlos.
El espectacular crecimiento en el promedio de vida (que esperamos disfrutar todos) nos ofrece una situación donde un número creciente de ancianos sobrevive por encima de las edades consideradas normales en otras épocas y, junto con el placer de su presencia, nos plantea el problema de diferentes molestias y enfermedades propias de su edad, algunas de las cuales suelen ser altamente invalidantes, crónicas y, con frecuencia, fatales.
Es una situación que solemos asumir con resignación, como parte del costo de vivir en familia y así, hijos y hermanos suelen verse obligados a atender (sacrificando valiosa parte de su vida) enfermos crónicos que el afecto nos impide abandonar, y que exigen atención, muchísimo tiempo, gran entereza moral y suelen provocar un ruinoso costo financiero (por los gastos directos o por el tiempo que no podemos ocupar en obtener nuestro propio beneficio personal) y severas crisis familiares.
Situaciones que, en algunas ocasiones, podemos paliar mediante la contratación de servicio doméstico, enfermeras o ayudantes vocacionales para todas las oportunidades en que nos resulta imposible la atención directa (a nosotros o los familiares a cargo). Y, por supuesto, en todos los casos mantenemos esta realidad en el mas estricto SECRETO FAMILIAR.
NADIE debe saber que mamá, papá o la tía está “un poco perdida” y necesita atención intensiva.
Ni que nuestra esposa está sacrificando su vida atendiendo a la suegra bajo el manto de la “unidad familiar”. Ni que la abuela debe vivir en la piecita del fondo porque ya no está en condiciones de mantener su vida independiente, o que la viuda del “doctor” debe resignarse a mantenerse en la planta baja de su hermosa residencia, porque no está en condiciones físicas de llegar hasta el dormitorio “grande” ni el “baño principal” en el primer piso. (Y entonces duerme en la oficina del finado, se baña en la ducha del bañito junto a la cocina, y debe resignarse a las empleadas domésticas que la maltratan para las compras, limpieza y comidas – sin protestar, porque “¿dónde voy a conseguir otra “muchacha” que me merezca confianza?")
Y así, en una mal comprendida imagen de “tranquilidad familiar”, evitamos mencionar estos aspectos en nuestras conversaciones diarias, IMITANDO A TODOS NUESTROS AMIGOS QUE HACEN EXACTAMENTE LO MISMO.
Porque, por supuesto … si no lo mencionamos, NO EXISTE.
La misma actitud de ocultamiento y negación que nuestra sociedad vivió durante mucho tiempo con el cáncer. (Nadie podía hablar del tema. Si se veían obligados, con cara de circunstancias, decían: “el tío Lucas tiene algo malo”, resaltando la palabra y con un gesto en la cara que expresaba claramente: “Ya sabes de lo que estoy hablando, por favor… ¡No preguntes!”.
Y que luego reapareció con el sida. ¿Recuerdan?. Cuando alguien recordaba a nuestro primo, un poco “raro”, y preguntaba por él, la respuesta solía ser: “Está bastante enfermo, pobre… Pero él se lo buscó. Ahora lo está pagando.”
Negativa.
Victimización y discriminación.
Con la vejez y las demencias seniles, aparecen la Vergüenza y la Culpa.
Entonces, y para todos los propósitos: NO HAY CASOS DE Alzheimer.
Simplemente: “la abuela está un poco “ida”. Se “olvida las cosas” y "hay que cuidarla para que no salga desnuda a la calle.”
Por supuesto, se negará a muerte la opción de llevarla a un geriátrico o institución especializada, o simplemente hacer una consulta profesional. “¿Para qué?. Si sólo se “pierde” por un rato, y luego vuelve a la normalidad” Además... ¡Cómo vamos a hacerle esto, con todo lo que le debemos!
Y así, familia tras familia, encerrados en la ridiculez de su propia concepción de la “normalidad y decencia”, se niegan reconocer un problema, y a solucionarlo.
Y como TODOS hacen lo mismo, cada uno asume que el suyo es una simple cuestión familiar, y no un tema de la mayor importancia que requiere de acciones concertadas y globales de toda la sociedad.
Nuestra sociedad.
Esa que “no abandona a los ancianos”.
Donde nadie habla, o comparte, ese problema.
(Y donde todos se sienten traidores si deciden internar a un pobre viejo enfermo en una institución especializada.)
La misma sociedad que se encamina rápidamente a un problema mayúsculo en la medida que el tiempo transcurra, la proporción de ancianos aumente, las posibilidades de atención familiar se reduzcan, y los instrumentos sanitarios se muestren insuficientes.
Todavía estamos a tiempo.
Pero necesitamos reaccionar.
Hablar del tema.
Proponer.
Y comenzar a trabajar en los problemas cuando aún hay tiempo y oportunidades para solucionarlos.
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