16 de julio de 2010

La ancianidad y los Derechos Humanos

Como han podido apreciar en varios artículos presentados, la problemática de la tercera edad se mezcla y entrelaza con la discapacidad. Con la discriminación (tácita o explícita), con sus derechos, y su protección, en una sociedad que tiende a ignorar su existencia, y a proyectar viviendas o políticas como si todos los habitantes tuviesen la misma edad, condición física y aptitudes.

Hacia comienzos de la década del 90 varias pensadoras, entre ellas la norteamericana Nancy Fraser, comenzaron a sostener la ilegitimidad de una democracia fundada en la homogeneidad, tal como se planteaba hasta entonces el “contrato social” de las sociedades democráticas, para reivindicar un nuevo principio: la sociedad diversa.

Dicho de otra manera: la sociedad democrática debía asumirse como pluricultural. En ella caben todas las etnias, opciones de vida, religiones, ideologías, edades, características personales, estados de salud, desde el propio ser, es decir, sin necesidad de adaptarse a ninguna cultura o comunidad hegemónica.

Esta concepción, a la que se dio en llamar “ética del reconocimiento”, implicó, por cierto, un giro copernicano o, en otras palabras, una ampliación de la democracia.

Para las personas con discapacidad la década del 90 trajo una importante relatoría de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, realizada por el argentino Leandro Despouy, las Normas Uniformes, un documento técnico significativo, y la aprobación por la OEA de la Convención Interamericana para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra las Personas con Discapacidad.

Fue este espíritu de renovación, con el signo de la doctrina de los derechos humanos, el que lentamente se fue imponiendo como modelo, y se pudo llegar a la Convención de Derechos de las Personas con Discapacidad, aprobada por las Naciones Unidas el 13 de diciembre de 2006.

Discriminar no es siempre un acto perverso, realizado con el propósito de dañar a alguien.

Sostenemos que la simple invisibilidad, el no tener en cuenta al otro o desconocer las normas legales vigentes son formas activas de discriminación.

Discapacidad y derechos humanos, o mejor dicho, la discapacidad como una cuestión de derechos humanos, nos lleva a plantear un tema que hoy ha adquirido una dimensión universal, a partir de la sanción de la Convención Internacional sobre Derechos de las Personas con Discapacidad.

Se trata de analizar la problemática de la discapacidad desde la perspectiva jurídica y social emergente de la doctrina internacional de los derechos humanos, nacida a partir del 10 de diciembre de 1948 con la sanción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Según esta doctrina, las personas somos todas iguales en dignidad, libertad y derechos, sin distinción alguna.

Por lo tanto ser mujer, varón, niño, niña, joven, persona adulta o anciana, indígena, deportista, intelectual, judío, musulmán, cristiano, budista, ateo, heterosexual, homosexual, transexual, obrero, blanco, negro o persona con discapacidad, no permite establecer distinción alguna en la condición de persona ni, por ende, en materia de derechos humanos.

Lamentablemente, durante muchos siglos el mundo puso el acento en las diferencias para establecer rangos entre las personas. Hoy la doctrina de los derechos humanos sustenta la ilegitimidad de utilizar cualquier diferencia para no reconocer a alguien el ejercicio pleno de un derecho.

Las diferencias, como ya lo señaláramos, sirven para valorar la diversidad étnica, cultural, ideológica y situacional de las personas, lo que constituye una inmensa riqueza, patrimonio común de toda la humanidad. Las personas con discapacidad forman parte de esta rica sinfonía y enriquecen con su presencia la diversidad.

Lo señalaba magistralmente el rabino Sergio Bergman: “Nosotros queremos la aceptación de la diferencia como riqueza, como biodiversidad, como unidad en esta multiplicidad, para que podamos decir que sí somos distintos, pero no somos distantes, somos diversos pero no dispersos, todo esto nos enriquece como un país y como una sociedad humana que trae el Reino de Dios aquí a la Tierra, cuando lo hacemos posible”.

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